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Una vez me quisieron estafar en un estacionamiento de un supermercado. Dos tipos se me acercaron para instalarle una tira de esponja a las puertas de mi carro. Yo sabía que era innecesario y en caso de que yo quisiera yo se las podría poner. Me insistieron tanto y los ví tan necesitados y por querer ayudarlos a ganarse unos cuantos pesos accedí. ¿Cuánto? $150. En ese momento me pareció justo, aunque sabía que terminaría quitando esas esponjas tarde o temprano. Todo sea por ayudar al prójimo.

Luego de 5 minutos de amables pláticas y de estar instalando la dichosa tira, terminan con su «trabajo». Yo con los $150 en mano y listo para irme a la casa uno de ellos me dice que me espere, saca una calculadora y dice: — son $1,200.

— ¡¿Qué!? ¿Que no me dijo que $150?

— $150 el metro, y fueron 8 metros.

¡Buaf! Me cayó el veinte de que era una estafa, pues ni el tiempo ni el material que usaron podrían valer más de $100.

Les dije que no les iba a pagar, que era una estafa, comencé a quitar el dichoso empaque y uno de ellos se levantó la camiseta para amenazarme con un revolver que traía fajado.

En ese entonces no era común traer un teléfono celular, y como iba con mi madre no quise escalar la situación. Les dije que no traía dinero, que tenía que ir a la casa para pagarles.

Les dije que me siguieran. Obvio que ni de chiste los llevaría a mi casa, mi mejor opción era irme por una avenida congestionada esperando poderme escabullir o encontrar un policía o una patrulla. ¡Ja! Luego de 20 minutos y de un par de fallidas escapadas seguían detrás de mí, y ni de chiste se nos cruzó un patrulla. En una luz roja el estafador del revolver se bajó y se puso a un lado de mi, sentí que era el fin, un tiro en la cabeza y adiós mundo cruel. Me preguntó si ya estábamos cerca, le dije que sí, que ya faltaba poco. Mentira, me estaba alejando cada vez más. Mi segunda opción fue llegar a una gasolinería a ver si podía pedir ayuda, mínimo tendría testigos si algo me llegará a pasar.

Cuando me puse a un lado de la bomba despachadora los estafadores desistieron. Tal vez presintieron que pediría ayuda, o se tentaron el corazón, o calcularon que no ya valía la pena y asumieron su pérdida.

Ese día no me tocaba.