hypersocial

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Uno creería que el tiempo, ese viejo maestro implacable, iría puliendo las aristas del alma ajena. Pero qué va. Es como si cada amanecer, en lugar de acercar a la gente a una sabiduría serena, los empujara a un abismo de certezas tercas, de verdades inamovibles y una empatía de saldo. Y uno, que todavía siente el temblor de la vida en la piel y la urgencia de cambiar para ser mejor, se queda mirando, desilusionado, cómo el mundo se encoge en lugar de expandirse, cómo la gente se cierra en lugar de abrirse. Una verdadera lástima, tanta prisa para tan poca evolución.